Todo lo que vivimos desde la infancia aunque haya sido malo podemos rescatarlo para hacerlo bueno.
¿Cómo puede ayudar esta propuesta esto en el sector educativo?
Hace muchos años atrás cuando estudiaba de 1er grado a 6to, tuve una maestra por año y recuerdo muy claramente la actitud hostil de algunas maestras, pero también recuerdo a las maestras que me dignificaron como estudiante con su amor, paciencia y carácter amable. Debo acotar que la mayoría de las maestras mostraron mala actitud.
Yo era muy conversadora y recuerdo que me costaba aprender o entender algunas cosas ya que las instrucciones eran generales y yo no lograba entender lo que se me requería sobre todo en las matemáticas. Recuerdo que se me dificultó aprender y hacer los números del 10 en 10 hasta el 100. ¡Era tan complicado!
Para mi último año de primaria una muy buena maestra con rostro amable y sonriente en sus clases me daba confianza para acercarme y preguntar nuevamente mis dudas y con una explicación mucho más personal logré terminar con muy buenas calificaciones ese año.
Hoy, cuando me corresponde ejercer el rol de docente, lamento que algunas maestras tomen a la ligera y con actitud displicente ejerzan la carrera educativa.
Recuerdo a Roberto, un niño que tuve en mis clases al nombrarle las palabras “vamos a hacer unas sumas”, se apretaba contra su cuerpo y lloraba con gritos ahogados. Era obvio que tenía angustiosas experiencias con los números. Yo traté de usar un poco de psicología personal (si se me permite este término) y le decía: papá y mamá estarán tristes si no aprendes a sumar, o, vamos a hacer un negocio: si haces las sumas les diré a tus papás que te compren helados.
Mis maestras, nada de cuanto decía daba resultado y lo dejaba solo haciendo caligrafías.
Yo sabía que le gustaban los dinosaurios. Y volví a proponer las sumas y Roberto asumió la actitud de siempre. Casi le obligué a venir a mis brazos y lo senté en su contra en mis piernas y le di palmaditas mientras le pedía que se calmara. Sus brazos que apretaban con fuerza su rostro, se fueron suavizando y le comencé a utilizar una palabra mágica: Dinosaurios.
Roberto, si tienes 4 dinosaurios y te regalo 2, cuantos tendrás? Le dije que sacara 4 dedos y yo 2 y el comenzó a contarlos. Son seis, dijo con voz muy tímida. Yo me alegré y le dije. ¡Oh, tendrás 6 dinosaurios! Y así comenzó todo; ese día hizo 8 sumas, no de un dígito, sino de 2.
Mi querida súper maestra:
Un abrazo a los niños cada tanto puede dar mejores frutos que un regaño, sermón u ofrecimientos de dulces.
La educación necesita más amor, paciencia, comprensión y menos malas actitudes.
Espero que mi experiencia quede un tanto en tu memoria y practiques la fusión “amar-educar”.
¡Por eso eres SUPER!